Hebreos

El pueblo hebreo se radicó hace unos 2 000 años a.C. en Caldea, una región de la Mesopotamia, que en ese momento se encontraba dominada por los sumerios y los acadios.



De origen semita, estaban organizados en tribus, lideradas por patriarcas, que ejercían una autoridad absoluta sobre los súbditos. El más célebre de ellos fue Abraham, nacido en Ur, cuyo nieto Jacob, descendiente de su hijo Isaac, fue llamado Israel, nombre que significa combatiente de Dios, de quien más tarde su pueblo adoptaría el nombre, y lo conservaría hasta la actualidad.

Diferenciándose de la mayor parte de los pueblos de Oriente, que eran politeístas, los hebreos creían en un solo dios, al que llamaban Jehová, que significa el ser absoluto y eterno, al que le atribuían la creación de todas las cosas. La relación del pueblo con su dios se manifestaba en el cumplimiento de una conducta recta, basada en la fidelidad hacia el creador, y en la justicia que regía todos los actos de la vida cotidiana.

En la Biblia, de enorme valor histórico, literario y artístico , se reconocen doce hijos de Jacob, que se convirtieron, a su vez, en jefes de las doce tribus en las que se dividieron los hebreos.

Afectado por el hambre, hacia 1 700 a.C. el pueblo hebreo se trasladó a Egipto (por cierto, tengo una publicación sobre esta civilización, si deseas leerla al final de esta publicación encontrarás este enlace), donde fue reducido a la esclavitud durante cuatro siglos.

En 1 300 a.C. emigraron hacia Palestina, bajo el liderazgo de Moisés (salvado de las aguas), llevando a cabo un éxodo que duró cuarenta años, y durante el cual este líder entregó a su pueblo los Diez Mandamientos o Tablas de la Ley recibidas en el Sinaí, mediante las que fundamentarían la base de su sociedad. Moisés murió sin poder llegar a la Tierra de la Promisión, la tierra de Canaán, por lo que fue Josué quien terminó de conducir al pueblo hebreo.

La Tierra de Canaán 
El ingreso de los hebreos a esta región fue un proceso muy lento y duró hasta el siglo XI a.C. Los israelitas al principio se asentaron en las regiones montañosas, donde el número de habitantes era escaso. Gradualmente fueron ocupando parte de la llanura, donde pudieron desarrollar la agricultura.

Al arribar a la costa del Mediterráneo se enfrentaron con los filisteos, un pueblo proveniente del mar, establecido en la franja costera comprendida entre Gaza y Haffa. Para organizar la guerra contra los filisteos, las tribus israelitas se unieron bajo una monarquía encabezada por Saúl. Este fue sucedido por David, rey que gobernó desde el año 1 000 hasta 962 a.C. De temple guerrero, legislador y poeta, compuso cantos religiosos de gran importancia para la cultura de su pueblo. El mayor número de estas alabanzas le pertenecen y fueron recopiladas en el libro Salterio, que consta de 150 salmos o himnos religiosos. Cuando el rey David venció a los filisteos, sometió a otros pueblos de la región, entre los que se encontraban los moabitas y los arameos. Al morir David lo sucedió su hijo Salomón, quien imprimió al reino de Israel los rasgos de una clásica monarquía de Oriente: organizó una eficaz administración para mejorar la recaudación de impuestos, además de fortalecer el ejército.

Salomón fue el responsable de la construcción del célebre templo de Jerusalén. También hizo construir un magnífico palacio en el bosque del Líbano. El monarca incentivó el intercambio con los otros Estados de la región, como el reino de Tiro, y numerosas ciudades de lo que hoy es Arabia. También mantuvo un intenso comercio con el reino de Saba y la región de Ofir, en la Península Arábiga.

Invasiones y exilio
Tras la muerte de Salomón, el Estado se dividió en dos: Israel y Judá. En 597 a.C. el rey babilonio Nabucodonosor sitió y saqueó Jerusalén, que fue reconstruida y debió soportar un nuevo ataque babilonio en 586 a.C. Los persas terminaron con la hegemonía de Babilonia y liberaron a los israelitas de su dominación. Los hebreos retornaron a Jerusalén y reconstruyeron el templo en 520 a.C. y las murallas de la ciudad en 445 a.C. En 70 d.C., el romano Tito incendió la ciudad; allí comenzó el exilio del pueblo hebreo.

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